San Pedro Sans y Jordá

Infancia y vocación

San Pedro Sans y Jordá nació el 3 de septiembre de 1680 en Ascó, una pequeña localidad de la provincia de Tarragona, España. Desde muy joven mostró una inclinación profunda hacia la fe y la vocación religiosa, lo que lo llevó a ingresar en la Orden de Predicadores (dominicos) el 6 de julio de 1698. Lo hizo en el convento de Santo Domingo de Lérida, que en aquel tiempo pertenecía a la Provincia de Aragón. Allí cursó estudios de filosofía y teología, destacándose por su inteligencia, piedad y disciplina.

Fue ordenado sacerdote el 20 de octubre de 1704 y ejerció el ministerio en Lérida y Zaragoza. En 1712 se incorporó a la entonces floreciente Provincia del Santísimo Rosario, orientada a las misiones en Asia, particularmente en Filipinas y China. El 16 de septiembre de ese mismo año partió del puerto de Cádiz rumbo al oriente, llegando a Manila a finales de agosto de 1713. Allí se preparó con esmero para la misión, aprendiendo el idioma, las costumbres, la literatura y la cultura de los chinos. Apenas dos años después, el 12 de julio de 1715, emprendió su marcha hacia las misiones en China continental.

Misionero incansable en China

Pedro Sans se entregó con pasión y celo a la predicación del Evangelio en tierras hostiles. La escasez de operarios le obligó a duplicar sus esfuerzos, no solo restaurando comunidades abandonadas, sino también dedicándose intensamente a la conversión y formación de las almas. Combatió firmemente las prácticas supersticiosas que se habían entremezclado con la religiosidad tradicional china y se empeñó en ofrecer una catequesis sólida y fiel al Evangelio.

Fue superior de la misión durante varios años, y su dedicación fue tal que el 24 de febrero de 1730 fue consagrado obispo y nombrado vicario apostólico de la misión en Cantón. A partir de entonces, intensificó su actividad pastoral y su servicio a las comunidades cristianas, muchas veces en condiciones extremas y en clandestinidad, debido a las crecientes persecuciones religiosas del régimen chino.

Persecución y martirio

El año 1746 marcó el inicio del calvario final del obispo Pedro Sans. El 30 de junio fue arrestado en el pueblo de Moyang. Amarrado con una soga al cuello, insultado, maltratado y ridiculizado, fue llevado a la villa de Fogán, donde se le unieron otros misioneros dominicos como los santos Serrano, Díaz, Alcober y Royo. Todos fueron sometidos a interrogatorios brutales, torturas y condiciones de prisión infrahumanas, cargados de cadenas y grillos, encerrados con criminales comunes. Pedro Sans tuvo incluso una visión en la cárcel en la que se le revelaba su inminente martirio.

Fue conducido posteriormente a las cárceles de Foochow. Allí, recibió azotes, bofetadas y humillaciones. Según testimonios, “quedando la cara tan hinchada que no se le veían los ojos, y la sangre salía de la boca en abundancia”. Finalmente, fue decapitado por odio a la fe el 26 de mayo de 1747, sellando con su sangre la fidelidad a Cristo y a su Iglesia.

Reconocimiento de la Iglesia

El martirio heroico de Pedro Sans y sus compañeros no pasó desapercibido para la Iglesia. Fue beatificado por el papa León XIII el 14 de mayo de 1893 y canonizado junto a otros mártires de China por san Juan Pablo II el 1 de octubre del año 2000, dentro del Año Jubilar. Su fiesta litúrgica se celebra el 26 de mayo, y su testimonio se ha convertido en modelo de vida misionera, entrega y fidelidad hasta el extremo.

Escritos y legado

San Pedro Sans escribió obras catequéticas en caracteres chinos, destacándose entre ellas su Catecismo, una Apología de la religión publicada en 1732, y una Circular sobre los ritos chinos redactada el 22 de julio de 1745. Además, dejó numerosas cartas y relaciones misioneras que reflejan su visión pastoral, teológica y misionera, editadas posteriormente por estudiosos de la historia dominicana y misionera en Asia.

En ellas se percibe a un hombre profundamente comprometido con el Evangelio, con una espiritualidad sencilla y firme, valiente frente a las adversidades, y profundamente inculturado en el contexto cultural chino. Fue un obispo cercano a su pueblo, compañero de sus sufrimientos y luz de esperanza para los cristianos perseguidos.

Una vida sellada con sangre

San Pedro Sans es recordado por su amor ardiente a Dios, su valentía inquebrantable y su deseo de dar la vida por Cristo. Su sangre derramada en China, junto a la de tantos misioneros, es semilla de nuevos cristianos y fuente de inspiración para todos los que hoy, como él, se sienten llamados a anunciar el Evangelio en medio de dificultades, marginación o persecución.



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